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domingo, 25 de junio de 2017

INTERCONEXIÓN EN EL SAHARA (2ª parte de 4)



Después de las fotos de rigor y parada en este letrero a petición mía, comenzamos de verdad el día de hoy. Primero una hora por carretera hasta agotar el asfalto y después por pistas… que no se ven, pero que nuestro guía Mohamed las lleva guardadas en su memoria ancestral. Tiene un mapa cartografiado de la zona en su interior. Se le aprecia ser un gran experto en el desierto… Antes de abandonar la carretera paramos en una tienda de comestibles y allí, el tendero nos prepara un bocadillo de pan con una lata de atún con tomate. Nos la comemos in situ, sentados en unas cajas de frutas, a casi 40 grados que estaremos ya. Nos advierte que debemos comprar botellas de agua, pues ya no habrá más opciones hasta que mañana retornemos del desierto. Nos dice que él puede beber de los pozos, pues su estómago está preparado, pero que el nuestro… acabaríamos enfermando. Así lo hacemos. El guía permanece en silencio la mayor parte del tiempo, pero no es un silencio incómodo sino todo lo contrario. Quietud, sosiego, calma, paz… es lo que transmite. El silencio abre el entendimiento. De aquí en adelante tendré la sensación que el desierto no admite charlas vacías y sin sentido, superficiales y sin contenido. Es como si este paraje yermo, despoblado y estéril en apariencia, pidiera solo profundidad de sentir y expresar. En estas cavilaciones ando cuando Mohamed nos pregunta si hemos terminado. Le decimos que sí y de la misma mete las botellas de agua en una neverita desvencijada. En nuestras sociedades, la hubiésemos considerado vieja y destartalada y comprado una nueva. El cierre se rompió hace tiempo y para ello le han dispuesto una goma que hace las veces de cierre.



Y como os decía, entramos de lleno en este páramo desolado y abrasado por la fuerza del astro Rey. Estamos todavía lejos de las dunas. La carretera se termina y empezamos a recorrer las pistas (por decir algo, pues no se ven claramente, más bien se intuyen). De repente, divisamos una gran manada de camellos. Paramos a sentirles de cerca y hacernos unas fotos. Un amigo de Mohamed está sacando agua del pozo a la manera tradicional. Sin motores, solo con la fuerza de los brazos, un cubo y una polea. Y a repetir la operación centenares de veces. Así tienen el brazo, que parece que no sale del Gym. Saluda a nuestro guía cordialmente. Éste nos explica que en pleno verano muchos pozos se suelen secar y es una verdadera catástrofe para las familias y los animales. Deben llevarles a pozos más lejanos donde apenas hay comida. Decidir si morir de hambre o sed… está claro que es más esencial el agua. Para no morir de hambre les engordan antes de que llegue el momento más crítico. Vida extremadamente dura hace seres humanos sin tonterías ni superficialidades, y sin maldad. Aquí no es posible, pues nada hay… A lo que iba… En esta manada habrá unos 50 camellos con sus crías que todavía están mamando. En este momentum tengo la sensación que el tiempo se ha detenido y que solo existe la eternidad, pero una eternidad llena de vida, de paz y serenidad. Es muy evocador, a pesar de los casi 50 grados. Si bien es cierto que en un ambiente tan seco, se puede aguantar más o menos "bien". Mi teléfono está ardiendo. Decido apagarlo. Nos montamos en el todoterreno y seguimos rumbo a las dunas.



En la lejanía, se divisan manadas de burros salvajes. Burros que en su momento escaparon de trabajar para los humanos y han formado familias. Se acercan a los pozos a beber. Esperan su turno, pues saben que tarde o temprano los pastores o los 4x4 pasarán y les extraerán agua. Se alimentan de los escasos matorrales que crecen por estos páramos. También observo la mágica planta "Rosa de Jericó", por docenas. Es un simple matojo, mustio y seco, que puede permanecer así durante años, y de repente con unas pocas gotas de lluvia se abre de nuevo a la vida. Realmente digno de mencionar (solo la había visto en documentales). Llevamos ya como unas dos horas traqueteando por este pedregal, cuando nos detenemos de nuevo en un oasis a espirar las piernas. Al bajarme del coche y levantar la vista tengo la sensación que el tiempo se ha detenido hace miles de años. Nada ha cambiado desde entonces. Hay un pastor por fuera de la muralla de adobe que protege al oasis. Cabras por aquí y por allá y una paz, difícil de plasmar en palabras. Mohamed nos explica que los oasis son autosuficientes en todo. Gracias al agua pueden plantar los vegetales que necesitan. Animales pastando en los alrededores. Para la construcción de casas usan los ladrillos de adobe que ellos mismos fabrican y para las vallas usan las hojas de las palmeras. En octubre es la cosecha de los dátiles. Cada familia cuida de sus palmeras con sumo mimo y cuidado. Es una de las fuentes principales de su economía. Cada una está marcada con el sello de la familia en cuestión y así, saben cuales pertenecen a su clan. Unos especialistas son los encargados de subirse a ellas de forma tradicional. Con extrema pericia y arriesgando a precipitarse en el vacío, van cosechando los frutos tan valiosos para los locales. Después de descansar un rato volvemos a la máquina. Y tras otra media hora de serpenteante paseo por colinas y llanadas, de repente el guía nos indica con el dedo hacia delante y dice: Erg Chigaga.



WOW… en la lejanía se perfilan lo que parece las siluetas de las primeras dunas. Según nos vamos acercando, el tamaño nos va dejando boquiabiertos. Y ya al lado de ellas, parecemos hormiguitas. Mohamed sabe manejarse como pez en el agua con el 4x4 y cómo colarse por los pasos bajos y así,  finalmente llegamos al campamento. Son ya alrededor de las 18h. Bajamos del coche y nuestro guía nos explica el funcionamiento del campamento. A la parejita les asigna una tienda y a mi otra. Hay otras dos que se quedarán vacías hoy. Ha sido un privilegio venir con solo dos personas más. Nos ponemos cómodos. Mohamed nos invita a sentarnos para que descansemos, mientras él va a preparar el té. Nos explica que tendremos tiempo libre suficiente para recorrer, subir y bajar las dunas que queramos hasta que anochezca. Todavía hace demasiado calor. Cenaremos juntos tajín, que él mismo cocinará al carbón, como todo buen tajín que se precie. En 20 minutos sale con el té preparado. Ritual de té marroquí. Por tres veces se llena un vaso y luego otra vez de nuevo a la tetera. Azúcar al gusto del que hace el té, y las hierbas aromáticas también: puede ser menta, romero, tomillo… depende… Charlamos animadamente al lado de una de las tiendas a la sombra. Hace un calor achicharrante y Mohamed se quita el pañuelo de la cabeza (lo tenía puesto estilo bereber), lo moja en agua y me lo pone por los hombros. ¡Guau! Con la pequeña brisa que corre parece que me acabo de sentar debajo del aire acondicionado. Me explica que es la forma de los bereberes de resistir al calor. El tejido debe ser algodón. La conversación se anima. Entre los hombre hablan en árabe, pues aunque la chica y los dos chicos hablan bereber, son dialectos difíciles de comprender entre sí. La chica no habla árabe, solo bereber y entre los cuatro hablamos inglés. Jejeje… un popurrí de lenguas y un buen rollo impresionante.  



Después de la ceremonia del té, la parejita se retira a su tienda y nos quedamos Mohamed y yo a solas. De repente mi brazo capta su atención y me dice con una sonrisa llena de alegría: Maktub. Acaba de descubrir mi tatuaje escrito en árabe. Se queda estupefacto. Le ha emocionado y a mí también. Me pregunta si sé lo que significa y le contesto que si no lo supiera, no lo me lo habría tatuado. Se queda pensativo y al momento parece que todo encaja… para él y para mí. Me mira fijamente y aunque aparentemente todo sigue igual, todo ha cambiado. Me habla en un tono diferente y con unas palabras que me resuenan completamente. Son mis palabras en su boca. Lo que me dice es la voz de mi propio ser. No doy crédito. Me explica que estaba escrito que vendría al desierto. Maktub significa "lo que está escrito, escrito está". Por mucho que planees algo, si no está de salir, no saldrá. Los momentos claves de nuestra vida están acordados, pues es necesario experimentar y pasar por esos puntos. Cuando se habla de destino no se debe interpretar como algo cerrado, inamovible, inalterable o estático. Para ello portamos el libre albedrío, usado con altas probabilidades de que sucedan las diferentes opciones nos llegan. La última palabra la portamos nosotros, mas a la vez, lo que está escrito no se puede cambiar. No sé si me explico. Parece contradictorio pero no lo es. Metidos en estas conversaciones, absortos y en comunión, la eternidad avanza. Súbitamente decido que debo moverme o no disfrutaré de las dunas. Nos despedimos hasta dentro de un ratito, tomo agua en mi mochilita, cámara en mano y empiezo la escalada por las montañas gigantes de las dunas de Erg Chigaga… todavía ensimismada por la conversación mantenida. Tengo la sensación de que conozco a este hombre de otro "lugar".



El trekking da comienzo… Y llegado este momento os tengo que explicar donde estoy… Erg Chigaga… un mar de dunas de unos 45x20 kilómetros cuadrados y de hasta 300 metros de altas… Trepo a la duna más cercana, de tamaño medio, en comparación con las que están alrededor… me cuesta llegar. Enfrente de esta duna, otra más alta asoma paciente en un mar interminable a la vista de hermandad, y al fondo la súper duna. Después de recuperar el resuello y de beber un poco de agua, analizo cual sería el camino más corto y sencillo hasta la escalada de la siguiente duna. Miro hacia abajo y veo ya las tiendas como hormiguitas. Y quizás, lo que más sobrecoja… El Silencio Absoluto… y lo escribo en mayúsculas porque solo aquel que lo haya experimentado es capaz de entenderme. No hay ningún sonido y ello provoca una inconmensurable paz, quietud y sosiego. Es tan inmenso que impresiona e impacta. Y me pongo en marcha… voy poco a poco. Trepar dunas tan gigantes me deja extenuada, pues es un esfuerzo considerable y requiere de bastante pericia para no caer rodando por la duna. Se asciende por la cresta, y el equilibrio es fundamental. Menos mal que, aunque soy menudita físicamente, estoy en forma. Mi condición física es bastante poderosa, tanto en agilidad, como resistencia y coordinación. En mi vida diaria hago deporte. "Mens sano in corpore sano." Nuestro cuerpo físico es el templo de Dios, que habita en nos. Tengo un gran respeto por el cuerpo que se me ha otorgado y procuro cuidarlo en todo lo que esté en mi mano, sin obsesionarme tampoco. Alguna vez le doy caña… jejeje… Volviendo a la narración… Asciendo a la siguiente y ahora sí: lo que puedo observar desde su cumbre, es algo que me cuesta describir con palabras… Si tuviese que elegir una diría… PAZ inverencial… en este momentum siento un pálpito inefable de inmensidad, de recogimiento, de libertad, de desmesura. La belleza de tan gran escenario rebasa todo intento de descripción.



Una vez arriba, descanso de nuevo (subir hasta aquí me ha supuesto varias paraditas). Aprovecho a sacar decenas de fotos. Está empezando a anochecer y todo se tiñe de un color rojo fuego que todavía hace del desierto más misterioso. El campamento ya no lo diviso. Queda oculto por la primera duna a la que subí. Desde esta cima, la siguiente es la madre de las dunas que están por esta zona. La encaro y me pongo en marcha. No puedo dudar más, pues tengo justa la luz para llegar a su cima, ver anochecer desde su cima y bajar a cenar. Esta vez el esfuerzo es el doble. A ratos sopla un viento fortísimo. Me tengo que ajustar el pañuelo como me ha enseñado Mohamed, al estilo bereber, para evitar tragar arena y que se me llene la cabeza y los oídos. Avanzo lenta pero segura. Con ritmo decidido voy alcanzando la cima. De vez en cuando debo pararme a tomar aire. Y por fin corono esta gigante. Me tiemblan las piernas y la boca la tengo seca no, lo siguiente. Doy un trago de agua, sentada con cuidado en la cresta de esta montaña de arena. Contemplo la vastedad del océano de dunas, hasta donde se pierde la vista… Solo arena y cielo. Y nuevamente un silencio abrumador, al normalizar mi respiración. Es fácil dejar la mente en blanco, el escenario invita a ello. Y aquí, bañada por la magia del lugar donde me encuentro, contemplo el anochecer. El sol todavía calienta bastante y para despedirse por hoy se tiñe de naranja, expandiendo esa tonalidad tan enigmática por todo lo que se deja acariciar. 


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