Después de las fotos de rigor y parada en este letrero a
petición mía, comenzamos de verdad el día de hoy. Primero una hora por
carretera hasta agotar el asfalto y después por pistas… que no se ven, pero que
nuestro guía Mohamed las lleva guardadas en su memoria ancestral. Tiene un mapa
cartografiado de la zona en su interior. Se le aprecia ser un gran experto en
el desierto… Antes de abandonar la carretera paramos en una tienda de
comestibles y allí, el tendero nos prepara un bocadillo de pan con una lata de
atún con tomate. Nos la comemos in situ, sentados en unas cajas de frutas, a
casi 40 grados que estaremos ya. Nos advierte que debemos comprar botellas de
agua, pues ya no habrá más opciones hasta que mañana retornemos del desierto. Nos
dice que él puede beber de los pozos, pues su estómago está preparado, pero que
el nuestro… acabaríamos enfermando. Así lo hacemos. El guía permanece en
silencio la mayor parte del tiempo, pero no es un silencio incómodo sino todo
lo contrario. Quietud, sosiego, calma, paz… es lo que transmite. El silencio
abre el entendimiento. De aquí en adelante tendré la sensación que el desierto
no admite charlas vacías y sin sentido, superficiales y sin contenido. Es como
si este paraje yermo, despoblado y estéril en apariencia, pidiera solo
profundidad de sentir y expresar. En estas cavilaciones ando cuando Mohamed nos
pregunta si hemos terminado. Le decimos que sí y de la misma mete las botellas
de agua en una neverita desvencijada. En nuestras sociedades, la hubiésemos
considerado vieja y destartalada y comprado una nueva. El cierre se rompió hace
tiempo y para ello le han dispuesto una goma que hace las veces de cierre.
Y como os decía, entramos de lleno en este páramo desolado y abrasado
por la fuerza del astro Rey. Estamos todavía lejos de las dunas. La carretera
se termina y empezamos a recorrer las pistas (por decir algo, pues no se ven
claramente, más bien se intuyen). De repente, divisamos una gran manada de
camellos. Paramos a sentirles de cerca y hacernos unas fotos. Un amigo de
Mohamed está sacando agua del pozo a la manera tradicional. Sin motores, solo
con la fuerza de los brazos, un cubo y una polea. Y a repetir la operación
centenares de veces. Así tienen el brazo, que parece que no sale del Gym. Saluda
a nuestro guía cordialmente. Éste nos explica que en pleno verano muchos pozos
se suelen secar y es una verdadera catástrofe para las familias y los animales.
Deben llevarles a pozos más lejanos donde apenas hay comida. Decidir si morir
de hambre o sed… está claro que es más esencial el agua. Para no morir de
hambre les engordan antes de que llegue el momento más crítico. Vida
extremadamente dura hace seres humanos sin tonterías ni superficialidades, y
sin maldad. Aquí no es posible, pues nada hay… A lo que iba… En esta manada
habrá unos 50 camellos con sus crías que todavía están mamando. En este
momentum tengo la sensación que el tiempo se ha detenido y que solo existe la
eternidad, pero una eternidad llena de vida, de paz y serenidad. Es muy
evocador, a pesar de los casi 50 grados. Si bien es cierto que en un ambiente
tan seco, se puede aguantar más o menos "bien". Mi teléfono está
ardiendo. Decido apagarlo. Nos montamos en el todoterreno y seguimos rumbo a
las dunas.
En la lejanía, se divisan manadas de burros salvajes. Burros
que en su momento escaparon de trabajar para los humanos y han formado
familias. Se acercan a los pozos a beber. Esperan su turno, pues saben que
tarde o temprano los pastores o los 4x4 pasarán y les extraerán agua. Se
alimentan de los escasos matorrales que crecen por estos páramos. También
observo la mágica planta "Rosa de Jericó", por docenas. Es un simple
matojo, mustio y seco, que puede permanecer así durante años, y de repente con
unas pocas gotas de lluvia se abre de nuevo a la vida. Realmente digno de
mencionar (solo la había visto en documentales). Llevamos ya como unas dos
horas traqueteando por este pedregal, cuando nos detenemos de nuevo en un oasis
a espirar las piernas. Al bajarme del coche y levantar la vista tengo la
sensación que el tiempo se ha detenido hace miles de años. Nada ha cambiado
desde entonces. Hay un pastor por fuera de la muralla de adobe que protege al
oasis. Cabras por aquí y por allá y una paz, difícil de plasmar en palabras. Mohamed
nos explica que los oasis son autosuficientes en todo. Gracias al agua pueden
plantar los vegetales que necesitan. Animales pastando en los alrededores. Para
la construcción de casas usan los ladrillos de adobe que ellos mismos fabrican
y para las vallas usan las hojas de las palmeras. En octubre es la cosecha de
los dátiles. Cada familia cuida de sus palmeras con sumo mimo y cuidado. Es una
de las fuentes principales de su economía. Cada una está marcada con el sello de
la familia en cuestión y así, saben cuales pertenecen a su clan. Unos
especialistas son los encargados de subirse a ellas de forma tradicional. Con
extrema pericia y arriesgando a precipitarse en el vacío, van cosechando los
frutos tan valiosos para los locales. Después de descansar un rato volvemos a
la máquina. Y tras otra media hora de serpenteante paseo por colinas y
llanadas, de repente el guía nos indica con el dedo hacia delante y dice: Erg
Chigaga.
WOW… en la lejanía se perfilan lo que parece las siluetas de
las primeras dunas. Según nos vamos acercando, el tamaño nos va dejando
boquiabiertos. Y ya al lado de ellas, parecemos hormiguitas. Mohamed sabe manejarse
como pez en el agua con el 4x4 y cómo colarse por los pasos bajos y así, finalmente llegamos al campamento. Son ya
alrededor de las 18h. Bajamos del coche y nuestro guía nos explica el
funcionamiento del campamento. A la parejita les asigna una tienda y a mi otra.
Hay otras dos que se quedarán vacías hoy. Ha sido un privilegio venir con solo
dos personas más. Nos ponemos cómodos. Mohamed nos invita a sentarnos para que
descansemos, mientras él va a preparar el té. Nos explica que tendremos tiempo
libre suficiente para recorrer, subir y bajar las dunas que queramos hasta que
anochezca. Todavía hace demasiado calor. Cenaremos juntos tajín, que él mismo
cocinará al carbón, como todo buen tajín que se precie. En 20 minutos sale con
el té preparado. Ritual de té marroquí. Por tres veces se llena un vaso y luego
otra vez de nuevo a la tetera. Azúcar al gusto del que hace el té, y las
hierbas aromáticas también: puede ser menta, romero, tomillo… depende… Charlamos
animadamente al lado de una de las tiendas a la sombra. Hace un calor
achicharrante y Mohamed se quita el pañuelo de la cabeza (lo tenía puesto
estilo bereber), lo moja en agua y me lo pone por los hombros. ¡Guau! Con la
pequeña brisa que corre parece que me acabo de sentar debajo del aire
acondicionado. Me explica que es la forma de los bereberes de resistir al
calor. El tejido debe ser algodón. La conversación se anima. Entre los hombre
hablan en árabe, pues aunque la chica y los dos chicos hablan bereber, son
dialectos difíciles de comprender entre sí. La chica no habla árabe, solo
bereber y entre los cuatro hablamos inglés. Jejeje… un popurrí de lenguas y un
buen rollo impresionante.
Después de la ceremonia del té, la parejita se retira a su
tienda y nos quedamos Mohamed y yo a solas. De repente mi brazo capta su
atención y me dice con una sonrisa llena de alegría: Maktub. Acaba de descubrir
mi tatuaje escrito en árabe. Se queda estupefacto. Le ha emocionado y a mí
también. Me pregunta si sé lo que significa y le contesto que si no lo supiera,
no lo me lo habría tatuado. Se queda pensativo y al momento parece que todo
encaja… para él y para mí. Me mira fijamente y aunque aparentemente todo sigue
igual, todo ha cambiado. Me habla en un tono diferente y con unas palabras que
me resuenan completamente. Son mis palabras en su boca. Lo que me dice es la
voz de mi propio ser. No doy crédito. Me explica que estaba escrito que vendría
al desierto. Maktub significa "lo que está escrito, escrito está".
Por mucho que planees algo, si no está de salir, no saldrá. Los momentos claves
de nuestra vida están acordados, pues es necesario experimentar y pasar por
esos puntos. Cuando se habla de destino no se debe interpretar como algo
cerrado, inamovible, inalterable o estático. Para ello portamos el libre
albedrío, usado con altas probabilidades de que sucedan las diferentes opciones
nos llegan. La última palabra la portamos nosotros, mas a la vez, lo que está
escrito no se puede cambiar. No sé si me explico. Parece contradictorio pero no
lo es. Metidos en estas conversaciones, absortos y en comunión, la eternidad
avanza. Súbitamente decido que debo moverme o no disfrutaré de las dunas. Nos
despedimos hasta dentro de un ratito, tomo agua en mi mochilita, cámara en mano
y empiezo la escalada por las montañas gigantes de las dunas de Erg Chigaga…
todavía ensimismada por la conversación mantenida. Tengo la sensación de que
conozco a este hombre de otro "lugar".
El trekking da comienzo… Y llegado este momento os tengo que
explicar donde estoy… Erg Chigaga… un mar de dunas de unos 45x20 kilómetros cuadrados
y de hasta 300 metros de altas… Trepo a la duna más cercana, de tamaño medio,
en comparación con las que están alrededor… me cuesta llegar. Enfrente de esta
duna, otra más alta asoma paciente en un mar interminable a la vista de hermandad,
y al fondo la súper duna. Después de recuperar el resuello y de beber un poco
de agua, analizo cual sería el camino más corto y sencillo hasta la escalada de
la siguiente duna. Miro hacia abajo y veo ya las tiendas como hormiguitas. Y
quizás, lo que más sobrecoja… El Silencio Absoluto… y lo escribo en mayúsculas
porque solo aquel que lo haya experimentado es capaz de entenderme. No hay
ningún sonido y ello provoca una inconmensurable paz, quietud y sosiego. Es tan
inmenso que impresiona e impacta. Y me pongo en marcha… voy poco a poco. Trepar
dunas tan gigantes me deja extenuada, pues es un esfuerzo considerable y
requiere de bastante pericia para no caer rodando por la duna. Se asciende por
la cresta, y el equilibrio es fundamental. Menos mal que, aunque soy menudita
físicamente, estoy en forma. Mi condición física es bastante poderosa, tanto en
agilidad, como resistencia y coordinación. En mi vida diaria hago deporte. "Mens
sano in corpore sano." Nuestro cuerpo físico es el templo de Dios, que
habita en nos. Tengo un gran respeto por el cuerpo que se me ha otorgado y
procuro cuidarlo en todo lo que esté en mi mano, sin obsesionarme tampoco.
Alguna vez le doy caña… jejeje… Volviendo a la narración… Asciendo a la
siguiente y ahora sí: lo que puedo observar desde su cumbre, es algo que me
cuesta describir con palabras… Si tuviese que elegir una diría… PAZ inverencial…
en este momentum siento un pálpito inefable de inmensidad, de recogimiento, de
libertad, de desmesura. La belleza de tan gran escenario rebasa todo intento de
descripción.
Una vez arriba, descanso de nuevo (subir hasta aquí me ha
supuesto varias paraditas). Aprovecho a sacar decenas de fotos. Está empezando
a anochecer y todo se tiñe de un color rojo fuego que todavía hace del desierto
más misterioso. El campamento ya no lo diviso. Queda oculto por la primera duna
a la que subí. Desde esta cima, la siguiente es la madre de las dunas que están
por esta zona. La encaro y me pongo en marcha. No puedo dudar más, pues tengo
justa la luz para llegar a su cima, ver anochecer desde su cima y bajar a cenar.
Esta vez el esfuerzo es el doble. A ratos sopla un viento fortísimo. Me tengo
que ajustar el pañuelo como me ha enseñado Mohamed, al estilo bereber, para
evitar tragar arena y que se me llene la cabeza y los oídos. Avanzo lenta pero
segura. Con ritmo decidido voy alcanzando la cima. De vez en cuando debo
pararme a tomar aire. Y por fin corono esta gigante. Me tiemblan las piernas y
la boca la tengo seca no, lo siguiente. Doy un trago de agua, sentada con
cuidado en la cresta de esta montaña de arena. Contemplo la vastedad del océano
de dunas, hasta donde se pierde la vista… Solo arena y cielo. Y nuevamente un
silencio abrumador, al normalizar mi respiración. Es fácil dejar la mente en
blanco, el escenario invita a ello. Y aquí, bañada por la magia del lugar donde
me encuentro, contemplo el anochecer. El sol todavía calienta bastante y para
despedirse por hoy se tiñe de naranja, expandiendo esa tonalidad tan enigmática
por todo lo que se deja acariciar.
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