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sábado, 17 de junio de 2017

INTERCONEXIÓN EN EL SAHARA (1ª parte de 4)

De repente al despertarme, me doy cuenta de donde estoy. Al abrir los ojos y observar la decoración tan marroquí, retorno al presente. Ayer caí rápidamente en un sopor profundo, debido al calor y al cansancio acumulado. Todavía mi cuerpo no estaba aclimatado a estas latitudes. Ahora, al ser consciente del día que tengo por delante, la emoción y excitación se adueña enteramente de mí y de un brinco salto de la cama. Me visto apresuradamente y subo a la azotea a desayunar. Tengo un hambre voraz, pues ayer no pude cenar nada, más que unas nueces, unas patatas fritas y una barrita energética de chocolate. Llegué de Marrakech a Zagora a las 23.15, el pueblecito de entrada al desierto del Sáhara. Después de ocho horas traqueteando para salir de la gran ciudad y cruzar el Atlas por el Sur, haciendo escala en la floreciente Ouazarzate. Ciudad a cuatro horas de Marrakech. Todavía me quedaban tres horas más de viaje. Hoy es mi tercer día en Marruecos y mi periodo de adaptación toca a su fin con la experiencia de ayer. Aprovechando el paso del autobús por la carretera, los locales salían a su encuentro y hacían parar al bus. Cada vez que se detenía en ruta, había carga de fruta u otros paquetes misteriosos. Y es que además de transportar personas, también es transporte de mercancías. Capto que será la tónica de los viajes en transporte público (una media de 250 km en unas 7 horas). Ayer me cocía literalmente en el autobús de lujo sin aire acondicionado a casi 40 grados fuera. No recuerdo haber sudado tanto en mi vida y no podía beber mucho líquido porque solo hizo una parada para ir al servicio (intuía que pararía poco para ello).

En la carretera poco tráfico de coches, solo camiones a decenas y mi autobús adelantado a uno, dos, tres, cuatro… perdí la cuenta… Adelantamientos de vértigo, subiendo y bajando puertos de montaña, con más curvas que rectas. Eso sí, el paisaje me dejaba sin respiración de su majestuosidad. Altas montañas, rocosas, áridas y desérticas y al fondo del valle, por donde fluía el agua, un vergel. No perdí ojo a cada detalle. Por suerte, logré sentarme en primera fila. Me sentía como en el cine. Los pueblos que atravesábamos era de la España de antes de la guerra, en estilo árabe, claro… Lo que más me llamaba la atención era el color adobe de sus casas, y nada de cemento en las calles… solo polvareda de caminos… nada de maquinaria agrícola, solo burritos… en esta zona tan rural. En Ouazarzate anocheció y las tres horas que me quedaban lo haríamos de noche. Una pena porque me perdí el paisaje lunar, salvaje, indómito, desértico del Valle del Draa (lo vería a la luz del día a la vuelta). Un valle estrecho que corta en dos esta cadena montañosa y permite el paso para llegar al otro lado del Alto Atlas. La carretera zigzaguea al ritmo del río Draa, ahora bastante seco por la presa de Ouazarzate (dramático hecho para los habitantes del valle). Y así, sintiéndome agotada de tantas horas de traqueteo y sudoración profusa, llegamos a Zagora. Por la mañana había llamado al hotel para decirles que me saldrían a buscar al bus. No me apetecía llegar tan tarde a un pueblo pequeño, en el que, por cierto, la carretera se acaba literalmente unos kilómetros más adelante. Para salir de allí es obligatorio volver a Ouazarzate.

Nada más bajar del autobús, el enjambre de abejas a la miel… Hi madam, do you need a hotel? Gracias a Dios que en cuestión dos-tres minutos, mientras saco mi mochila de la panza del bus, se acerca Samir, el encargado del hotel, con el que hablé esta mañana. Se cerciora que soy Raquel y de la misma nos vamos en taxi a su hotel (precio como de 1 euro). Está en una zona humilde del pueblito. Viendo la calle donde se encuentra, nadie diría que allí puede haber un hotel. Check in rápido y a dormir. Estoy muerta. Antes le digo a Samir que mañana quiero ir a dormir a las dunas del Sáhara, y no a cualquiera sino a Erg Chigaga… Veréis, hermanos… El año pasado estuve a punto de venir a Marruecos y al final no pudo ser. Una de las razones principales de elegir Marruecos era venir a pasar una noche en el Sáhara, al aire libre, y poder contemplar el firmamento sin contaminación acústica ni lumínica. Hay algo mágico y misterioso que me llama, con respecto a los desiertos. Ya dormí en un caravasar en medio del desierto en Irán hace dos años, pero no en las dunas, y me quedé con la espinita. Además hubo luna llena en aquella ocasión y de tanta luz que daba no pude disfrutar del espectáculo que ofrecían las estrellas, cuando la gran dama hizo su aparición a la vez que el sol se escondía, en un ángulo de 180 grados. Fue alucinante. Justo el día antes de otra gran Conexión, pero eso pertenece a otro libro. Lo que sí me llamó la atención, en aquella ocasión, fue que la luz de la luna llena sin contaminación lumínica era tan potente que se podía leer un libro perfectamente.

Así hoy, al despertar y darme cuenta de lo que me espera en este día, subo las escaleras de dos en dos, a la azotea de hotel. Samir me dice que en cinco minutos me trae el desayuno. La decoración de la terraza tan estilo árabe me encanta. Devoro lo que trae y en media hora nos sentamos a negociar. Sé que hay alguna agencia en la calle principal, pero estoy tan a gusto sentada en la terraza tomando un vaso de té tras otro que decido escucharle para ver si me convence sus opciones. Por cierto, el ritual del té marroquí y su mezcla con hierbas aromáticas es algo que se me ha quedado grabado en mi corazón… y en el paladar… jejeje… delicioso… A lo que iba… Con un folio en la mano me empieza a explicar las diferentes opciones… dunas más cercanas y pequeñas, otras medianas y algo más lejanas, diferentes combinaciones y precios más asequibles… blablabla… le digo que no gaste más tiempo y energía… solo iré a Erg Chigaga… Para que me entendáis… Es la auténtica entrada al Sahara… Está todavía bastante lejos de Zagora. Hay que ir a Mhamid, el último pueblecito, donde la carretera se termina, y luego por pistas y en un 4x4 se alcanza Erg Chigaga en unas dos o tres horas de travesía. Claro, las demás opciones son más baratas y plausibles. Samir me dice el precio y doy un respingo. Me explica que estamos en temporada baja, pues ya hace mucho calor y que apenas hay viajeros (en verano aquí no hay negocio por el excesivo calor). Si alguien se uniera a esta excursión saldría más barato.

Me quedo con cara de pena profunda. Le debo conmover porque me explica que va a hacer unas llamadas. Vuelve y me dice que ha hablado con todos sus contactos y que es cuestión de esperar a que alguien se presente hoy en Zagora y quiera realizar la misma excursión. Va a ser un milagro si lo logro. Todavía es pronto (9.30h), así que hay tiempo. De mientras Samir y yo charlamos de la vida, le enseño fotos de donde vivo, tan montañoso y verde por todos los rincones. Se queda maravillado, al igual que yo de donde estoy. Lo que no estamos acostumbrados, lo que no está en la rutina, en nuestra zona de confort siempre sacude el alma y abre las puertas a una mayor compresión, tolerancia y respeto por otras culturas, cuando se viaja en modo Humildad. Al compartir nuestra cultura nos enriquecemos y lo que no sea eso, no es útil y no sirve. Lo que separa es de muy baja vibración. Siempre hay más que nos une, que nos separa. Todos portamos un gran valor, somos preciadas joyas de Dios, todos y cada uno de nosotros, no hay comparación, cada uno en sus misiones. Tic tac tic tac… el tiempo pasa y las llamadas nos interrumpen cada poco. En cada una de ellas rezo y pido al Universo que me conceda este deseo. Fue realizado tiempo atrás y hoy debo llegar a Erg Chigaga. De momento no hay suerte. Samir me repite una y otra vez… Inshallah, Inshallah… si Dios quiere y me lo concede… Ojala… Y nos dieron las 10, y las 11, las 12… y nada… Comienzo a impacientarme y a aburrirme… Samir se va y vuelve varias veces… y de repente, en una de éstas y después de colgar el teléfono me mira y me suelta: has tenido mucha suerte, eres afortunada… Hoy dormirás en Erg Chigaga. ¡Eureka!

Me explica que en pocos minutos llegará el guía con la parejita que se ha decidido a hacer lo mismo que yo. Regateo un poco más el precio y le incluyo paseo en camello sin incremento. Acepta. Subo a la habitación a empaquetar lo poco que traigo. Puntual, en 20 minutos oigo mi nombre: Raquel… Your guide is here… come… Y así lo hago. Cuando bajo las escaleras y veo al guía algo me sacude: ¡toma ya! ¡Qué suerte he tenido con el guía! Algo en su áurea fue captado de inmediato por mi Ser… Su porte reflejaba dignidad, respeto, integridad… Sus ojos, inteligencia… yo diría sabiduría… Sus gestos, elegancia, tanto al moverse como al hablar. Profesionalidad y orgullo sin vanidad en su trabajo, solo emanada por personas que adoran lo que hacen y que no te ven como un monedero con patas… percibí un gran respeto y repito… dignidad máxima… Así que, radiante e hinchada de felicidad por la doble suerte de hoy, me monto en el 4x4 y saludo a la parejita… Son dos jovencitos de padres marroquíes que ya nacieron en Holanda, ella abogada y él comercial. Me presento y sin más preámbulos salimos pitando hacia el cartel más famoso de todo Marruecos, en el que se advierte que Tombuctú está a 52 jornadas en caravana de camellos. Y es que Zagora era el último pueblo antes de que antaño los comerciantes bereberes se adentraran en el Sáhara, lo atravesaran de norte a sur para llegar al África subsahariana e intercambiar mercancías entre los diferentes imperios...

CONTINUARÁ...

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